Aquí algo ha
‘pasao’. Me quedo frito diez minutos y ya no está la partitura. Ni mi trompeta.
Hay que ver qué zapatos más feos lleva el tío. Los jóvenes de hoy en día tienen
el gusto en el culo. Que, por cierto: vaya culo que tiene también. Va a tener
que subir la cuesta del Labrit con la silla encajada. Que se joda. Por ladrón.
Claro, como soy mudo no puedo decirle nada. Pero tengo un bastón. Y tenía una
trompeta con la que me comunicaba. La gente que me suele ver con mi silla y mi
trompeta en el Paseo del Arga cree que estoy loco, pero los locos son ellos. Y
creen que porque me suba tan arriba los pantalones no tengo buen gusto. Sobre
todo los más jóvenes, esos que llevan sus pantalones que parece que se han
‘cagao’. No por ser viejo y mudo es uno estúpido. Ni por poner cara de no
entender nada. Los llevo subidos para que no se me mojen los dobladillos. ¿Para
qué querrá ese tío mi trompeta, hoy, 24 de diciembre? ¿Me levanto y le arrimo
una hostia? Se ha traído su propio atril, pero la partitura es la mía. La
distingo por los mordisquillos en los bordes. La mordisqueo cuando me siento en
la Villavesa y no puedo tocar la trompeta y me pongo nervioso con cómo habla la
gente por el móvil para todo el autobús. Como no puedo tocar la trompeta, muerdo
la partitura. Igual el tío sabe tocar y todo. O quizá esté haciendo una broma.
Yo también hago bromas. Lo que pasa es que solo las entiendo yo. Pamplona
estará hasta arriba de gente medio loca, toda junta en el mismo sitio. Y luego
el loco soy yo. En fin.
Aquí se está bien.
Luego cenaré. Como todos los días. Pero antes recuperaré mi trompeta y mi
partitura.
La partitura es de
Roy Etzel. Se llama ‘El Silencio’.
Ese tío no saca ese
culo de ahí.
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