Aquí donde me ven, yo tengo un pasado. Hubo un tiempo en el que fui asiento de mal culo. O de bueno, que yo de política ni sé ni quiero, bastante tengo con lo mío. Oí miles de conversaciones, vi a miles de personas y en mis brazos reposaron millones de papeles. Incluso en mi cuerpo central, sobre el que el último informe, como pueden comprobar, pasó mucho tiempo. Desde que lo dejaron ahí ni un solo día me volvieron a limpiar. Y me puse triste, como un agaporni al que le falta la pareja y muere de pena. Si al menos me hubiesen recortado los pelillos que me sobraban, si al menos me hubiesen pasado como hasta entonces un paño húmedo y suave para que no me acartonase. Pero mi dueño no lo veía así. Estaba más pendiente de su informe. Y de cambiar de sofá. Ya sé – o lo intuyo- que hay otros sofás mejores que yo, pero mírenme: pese a mi edad, aún estoy ‘cuadrao’. Vale, tengo la cadera izquierda algo más baja, correcto. Y unas cuantas tachuelas en cada pierna, bien, pero nada serio. A mi me das una ducha rápida, un poco de ambientador y me pones unas telas así étnicas que tanto se llevan y doy el pego. Tal vez mi color no sea el mejor, aunque a mi me resulta esperanzador. El verde es lo que tiene, aunque sea un verde oscuro. Ahora ha venido un señor a tirar la prensa aquí al lado –no le cabía, jijiji. Es que hacen unos agujeros enanos, la verdad, por eso estoy yo también vivaqueando en pleno enero, con el pelete que hace- y le he dicho que si no le importaba que se sentara conmigo y así leíamos los dos el periódico, que soy muy adicto. Me ha contestado que siendo yo que vale. Y eso hemos hecho. He leído que la empresa en la que está mi antiguo dueño igual se privatiza. Tonto nunca ha sido, mi dueño. De qué. La empresa ingresa 41 millones al año y gana 21, Audenasa se llama creo. Me suena. Es un nombre que he oído alguna vez, aunque creo que en el despacho él la llamaba ‘allí’: cuando vaya allí, cuando esté allí, si pudiera ir allí… Claves. Nunca te puedes fiar. A lo que iba, que hemos comentado que menudo ‘empresón’, que la mitad de los ingresos son beneficios. Oye, ni la droga. Eso es lo que me ha dicho el señor, que ni la droga. Yo de droga no sé nada. Y si supiera no diría, que allá cada cual con sus cosas. El caso es que seguro que ‘allí’ lo sofás son de piel, de esos que tienen formas redondeadas y parecen algo porque son caros. La piel suda un huevo, de toda la vida. Allá él ‘allí’. Quiero decir: que entras en una empresa que es de todos con un sueldo casi testimonial y al poco la privatizas con la excusa de que hacen falta ingresos y la nueva empresa resultante te coloca de medio jefe y con un sueldo que multiplica por mucho el anterior –con esos beneficios fácil, a ver qué empresa en 10 años amortiza una compra de estas- y te da para sofás de piel de culo de indio, que decía mi padre. Piel de culo de indio y de lo que haga falta.
Me siento como un agaporni. El señor se ha ido. Hace frío. La gente me mira con cara de entre asco y desprecio. Ni siquiera los bares de moda de Navarrería me quieren ya para sus decoraciones retro de los 70, ya pasó aquella época. Yo estaría bien en cualquier casa. Ver, oír y callar. Soy mullido, a mi manera. Me duele algo la espalda.
Pero es de todo lo que he tenido que soportar. Es que la vida no es una autopista.
Para un sofá sencillo.
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